jueves, 3 de junio de 2010

25 años sin Truffaut

por Fernando Gracia

En otoño de 1984 dejaba este mundo François Truffaut, cuando solo contaba con 52 años de edad. Al cumplirse 25 del luctuoso trance, más o menos cuando comienza una nueva temporada cinematográfica, los programadores se han lanzado a recordar su figura con ciclos más o menos amplios, y en ello estamos todavía.
Debo reconocer que en estos años transcurridos he sido un tanto remiso a la hora de revisar su obra, posiblemente por miedo a apreciarla bastante menos que lo hice –no en todos los casos, evidentemente- a medida que las películas se estrenaban en su momento.
Y es que el cine de este parisino de padre desconocido, que tomó el apellido del hombre que finalmente desposó a su madre, nos interesó desde su irrupción en las pantallas españolas, y supuso para los españolitos de la época el mayor acercamiento a aquella corriente artística que se dio en llamar “nouvelle vague”, cuyas peripecias seguimos a saltos, o sea como pudimos.
Aún no se me ha olvidado lo que me dijo mi padre allá por el mes de septiembre de 1960 cuando volvió de ver con mi madre en el tristemente desaparecido Cine Goya una película que les había dejado muy impresionados, posiblemente porque no se esperaban nada parecido. Se trataba de “los cuatrocientos golpes”, que yo tardé seis años en poder ver, ya que había sido calificada para mayores.
Filme claramente autobiográfico, supondría la primera entrega de las andanzas de su “alter ego” Antoine Doinel, interpretado por el hombre que con el tiempo más acabaría llorando la desaparición de Truffaut, el actor Jean Pierre Léaud. Curiosamente, ha sido el filme que mejor ha resistido una segunda y aun una tercera visión, muchos años después de la primera.


Desde que accedí a su cine procuré no perderme ninguna película suya, aunque a veces no llegara a enterarme demasiado, como ocurrió con “La cámara verde” o la que sería su última obra, “Vivamente el domingo”. Pero debo decir que disfruté mucho con títulos como “La noche americana”, “La mujer de al lado”, “La piel suave” o “El pequeño salvaje”.
Haciendo un esfuerzo revisé hace pocas semanas “Jules y Jim”, considerada por muchos una de sus obras cumbres, y curiosamente me gustó mucho más que en su primera visión, señal inequívoca que era yo el poco preparado hace tres décadas, cuando llegó a nuestras pantallas.
Gracias a un amigo conseguí recientemente completar la serie sobre Antoine Doinel, viendo en copia casera –lo confieso, deténganme- el filme “El amor en fuga” y confieso que disfruté enormemente, ya que el tiempo la ha impregnado con un aroma encantador, resumen de los gustos estéticos del autor y clausura ingeniosa al tiempo que resumen de las andanzas de ese muchacho que huía hasta encontrar el mar en aquel final que décadas después recordaría Aute en su genial “Más cine, por favor”.
Si quieren acceder a un estudio brillante, aunque nada pesado ni de lenguaje abstruso, sobre la vida y obra del parisino, les recomiendo que lean la monografía que ha editado en Cátedra mi amigo Luis García Gil, joven gaditano que viene de triunfar con su estudio sobre la obra de Serrat. No voy a comisión: simplemente me gustan tanto el cine como la literatura. No hay de qué.

*Publicado en la revista Barataria, nº 28, mayo.

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