miércoles, 24 de febrero de 2010

Durmiendo con otros cuentos

por Fernando Burbano

Para la profesora Ángeles
Jiménez Perona que, junto con el
Pio Baroja de “El árbol de la Cien-
cia” y José Luís Alegre Cudós,
inspiraron esta parábola.


Así resonaba la voz en el Éter.
-En ti, mujer, multiplicaré dolores y preñeces; con sangre, sudor y lágrimas parirás y mantendrás a tus hijos, a los que hablaréis con una sola palabra aun siendo dos; y acordarás tu deseo al de tu pareja.
Con gesto temeroso, Eva, se llevó los brazos a su vientre. Adán la observó en silencio y la interrogó quedo con los ojos. La mujer asintió. Y él se aproximó solícito, y con un gesto cariñoso le musitó al oído:
- Si es varón lo llamaremos Caín, si es hembra será Sulamita.
La voz siguió clamando en el Aire.
-En ti, hombre, multiplicaré cansancios y melancolías y la tierra que trabajes te responderá según la trates; con sudor y lágrimas cuidarás de tus vástagos, con los que seréis un solo hecho aun siendo dos; y tu deseo armonizará con el de tu pareja. Al final, ambos moriréis. Y para que no comáis del fruto del Árbol de la Vida…

Aquí ya, ninguno de los dos escuchaba. Adán y Eva se pusieron a andar, en principio sin rumbo, luego marcharon hacia el más próximo río para refrescar sus gargantas y a hablar de sus cosas. Realmente querían estar solos.
A poco el hombre se detuvo soltándose de su compañera a la que rogó con una sonrisa que se adelantara, que él iría enseguida.
Eva, sin ningún temor, se fue y el varón se quedó solo. Empezó a buscar con insistencia entre los muchos árboles cercanos y eligió el más alto. Un hermoso ciprés que había luchado arduamente por descollar a la luz. Se encaramó hasta la copa del mismo y desde allí, y con un gesto de absoluta rebeldía, se lanzó al vacío imitando a la hermosa ave de múltiples colores.

Largo tiempo después, la mujer, cansada de esperarlo, apareció buscándolo. Lo halló en el suelo, quieto, sobre un gran charco rojo de líquido viscoso. Intentó moverlo; trató, con un fuerte zarandeo, de volverlo en sí, pero resultó inútil. Enseguida lo entendió todo y se echo a llorar con hondos lamentos. Volvió sus arrasados ojos al Sol y abrió la boca para hablar… Con un determinativo gesto, la cerró, y con un manotazo brusco, secó sus lágrimas. Se incorporó con gesto desafiante y anduvo. Su erguido cuerpo marchó hacia el Este sin volver la cabeza.
Así empezó una Historia.

De “Cuentos, Crónicas y Parábolas ateas”
*Publicado en la revista BARATARIA (Diciembre, 2009)

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