viernes, 13 de febrero de 2009

UN PAR DE PIERNAS

por Fernando Gracia Guía (Cinéfilo y conferenciante)

Ya sé que todos tenemos un par de ellas, salvo casos aislados que por enfermedad o accidente no alcanzan ese número, pero a lo que me refiero es a un par de extremidades inferiores que en su momento fueron consideradas “las mejores de Hollywood”, e incluso las más caras, puesto que fueron aseguradas en cinco millones de dólares allá por 1952. Seguramente muchos habrán adivinado que me estoy refiriendo a la perfección que lucía la recientemente fallecida Cyd Charisse, durante años una de las mejores bellezas de aquel cine en color que tanto nos entusiasmaba. En junio, a los 87 años, abandonaba este mundo esta actriz que bailaba o esta bailarina que actuaba, como se guste denominar. Para la industria hacía ya mucho tiempo que había desaparecido, incluso muchos pensarían que no se encontraba entre los vivos. Vayan estas modestas líneas en recuerdo de su belleza y su enorme calidad a la hora de bailar ante la cámara, sola o preferiblemente en compañía de los más grandes, Fred Astaire o Gene Kelly.

Tomó el apellido de su primer marido y aunque el matrimonio le duró poco y luego se casó con Tony Martin –nada menos que sesenta años de unión, una auténtica rareza– siguió manteniendo la ese de Charisse, quizás más eufónico que su nombre auténtico, Tula Ellice Fínklea.Aunque había intervenido en varias películas musicales, no fue hasta su impactante aparición en “Cantando bajo la lluvia” cuando se convirtió en una estrella absoluta. Su elegante sofisticación, su erotismo contenido, esas piernas que no se acababan, su enigmática media sonrisa, la hicieron una de las grandes favoritas de la audiencia.En 1953, solo un año después de haber sido la pareja de baile del gran Kelly, la veíamos rendirse ante el arte y la sonrisa del no menos genial Astaire en esa maravilla que aquí se llamó “Melodías de Broadway 1955”, pero que cualquier aficionado que se precie conoce por su título original, “The band wagon”. Cómo olvidar el momento en el que desciende del coche de caballos en su paseo por Central Park e inicia esa genialidad de número musical titulado “Bailando en la oscuridad”. Cuando he tenido ocasión de hablar sobre el musical no he dejado de incluir esa secuencia, para mí casi mágica.Gene Kelly, en su doble faceta de bailarín y coreógrafo la eligió como una de sus parejas favoritas, regalándole dos papeles magníficos en “Brigadoon” y “Siempre hace buen tiempo”. Incluso consiguió que hicieran una película con ella como absoluta estrella, sin tener que compartir protagonismo con ningún danzarín. Fue la cada vez más apreciada “La bella de Moscú”, versión de Robert Mamoulian en clave musical de la aclamada “Ninotchka” de la divina Garbo.

Deseosa de que no la encasillaran como simple bailarina, como un cuerpo escultural, hizo lo posible por que le asignaran algún papel dramático, y lo consiguió en la aquí titulada “Chicago años 30”, con un excelente Robert Taylor, bajo la dirección del gran Nicholas Ray.El paso del tiempo y la llegada de otras modas, relegaron al tipo de cine en el que ella se movía, y solo su presencia en una película por la que siento una cierta debilidad, “Dos semanas en otra ciudad”, de Minnelli, merece destacarse. No fue una larga carrera aunque sí ha sido una larga vida. La televisión fue su refugio esporádico en los últimos años. Incluso llegó a hacer un programa sobre técnicas para mantenerse con buen aspecto dirigidas a personas “de cierta edad”. Afortunadamente podemos acceder gracias a los diferentes soportes técnicos a cualquiera de sus grandes momentos en el cine. Podemos seguir viéndola con sus apenas cumplidos treinta años alargando la pierna con un sombrero en la puntera ante un sorprendido Gene Kelly. Podemos admirarla volando entre los brazos de Astaire –¡qué mujer no hubiera deseado algo parecido!–, podemos verla vivita y coleando, ya que los mitos del celuloide nunca mueren y su belleza y sus maravillosas piernas permanecen intactas en la pantalla, sea grande o pequeña.

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