miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿Intrusos o invitados? por Agustín Pérez Cerrada

¿Intrusos o invitados?
por Agustín PÉREZ CERRADA

Se repite que los niños pasan excesivo tiempo delante de la televisión; unas veces en tono de queja, otras como un elemento que distorsiona el trabajo de los educadores. Las encuestas confirman esa dedicación; pero sería injusto decir que los niños son los culpables. En todo caso, los infantes son víctimas del entorno en que viven, en el que el aparato de televisión ocupa no solo un lugar preferente del salón familiar, sino que, encendido, centra la atención de toda la familia. La esfera privada de la familia, del individuo, queda invadida, dentro de las cuatro paredes de la casa por una caterva de presuntos agresores, “chupadores de tiempo”, que no han recibido una invitación expresa para sentarse en nuestra mesa.

Las estadísticas muestran que la mitad de los hogares tiene más de un televisor, y que casi un tercio de los menores tiene tele en su habitación; por tanto, serán los jóvenes quienes eligen lo que ven. Esos datos pueden interpretarse como que las quejas no son seguidas por acciones correctoras. Así, es dudoso que la televisión tenga una utilización educativa. Ante imágenes que se reciben sin una previa selección, ¿cómo se distingue el niño entre la fantasía y la realidad?
Además, esa proliferación de aparatos –a la que ha de sumarse el ordenador, los video-juegos o Internet – contribuye al aislamiento familiar: ya no es un espectáculo que se vea en familia, sino individualmente, dificultando la acción educativa de los padres. De otro lado, ¿se tiene una suficiente educación crítica hacia la televisión, que permita evaluar lo que realmente conviene ver, o el tiempo que se le dedica a este pasatiempo?

La divisa de todas las cadenas de televisión es el comercio, y bajo este enfoque se hace toda la programación, sin olvidar nunca el mensaje ideológico. Multitud de emisoras y cadenas: locales, nacionales, autonómicas, municipales, legales o sumergidas, compiten en un mercado saturado: ¿es posible que las casi 24 horas de emisión de cada una de ellas estén cubiertas por programas de calidad aceptable? La falta de imaginación es manifiesta: unas se copian a otras, las mismas risas de fondo en las comedias, los mismos chistes fáciles y horteras, los mismos vídeos, los mismo aplausos amaestrados; alucinantes presentadoras de programas infantiles; el sexo solapado o manifiesto; o la explotación lacrimógena de la intimidad, que produce vergüenza ajena. Todo ello, aupando a unos personajes dudosos, alimentados por guionistas y directores, que nos ofrecerán mañana más de lo mismo. La cantidad de programas confirma la baja en su calidad intrínseca.

La educación, la cultura, es uno de los principales objetivos de una sociedad moderna, incluso una necesidad perentoria. La televisión es un claro elemento de influencia cultural, que sin duda puede tener muchos efectos positivos; pero ello no debe ocultar su capacidad de efectos negativos. Este discernimiento es tarea de los padres.
Apagar el televisor es ya un acto revolucionario, casi subversivo, que puede tener efectos imprevisibles. Una revolución pacífica y cultural, si las horas rescatadas a la televisión se dedican a la cultura, a la conversación amistosa, al conocimiento de la naturaleza. Apagar el televisor es darse una oportunidad de aplicar la libertad para escapar al embriagador control que la televisión y sus gentes ejercen sobre nuestras vidas.

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