martes, 25 de noviembre de 2008

EL PARIENTE DE INGRID por Fernando Gracia Guía


EL PARIENTE DE INGRID
Fernando Gracia Guía

Cinéfilo y conferenciante



A principios de los sesenta empezó a sonar en nuestro país el nombre de Ingmar Bergman. Había llegado a nuestras pantallas “El séptimo sello”, avalada por el impacto que había producido en Valladolid, cuando su festival se llamaba de “Valores humanos”. Parece ser que la presión de los jesuitas influyó la suyo, aunque es posible que fuera solo un determinado miembro de esta Orden el beatífico responsable de que pasara la entonces temible censura.
Así fue que durante mucho tiempo fuera habitual que el personal se preguntara si el director era familiar de Ingrid Bergman, a la sazón la única persona de tal apellido que sonaba por estos lares. Que si eran hermanos, que si primos. Total, siendo suecos y dedicándose ambos al cine...
No se crean que este tipo de preguntas era insólito. Durante años los consultorios de algunas revistas no paraban de desmentir a lectores que preguntaban si los dos Taylor, Elizabeth y Robert eran por un casual hermanos. Total, americanos, actores y tan guapos...
Así, pues, durante muchos años el famoso entre lo que se da en llamar “gran público” siguió siendo la espléndida Ingrid, la que por un tiempo dejó los fulgores de Hollywood para seguir a Rossellini. El nombre de Ingmar quedaba reservado para una minoría, pasando a ser sinónimo de cine difícil, complicado, profundo.
Pero el tiempo pasa. Ingrid se fue haciendo mayor. Dejó de lucir su esplendorosa sonrisa, su aspecto no correspondía a su edad y la enfermedad le venció pronto. Ya no era “la Bergman”. Ese apellido quedaba cada vez más monopolizado por la figura del director, del que nos llegaban en desordenado tropel sus películas, las que iba haciendo y las que recuperábamos gracias a aquella curiosa fórmula que se dio en llamar “arte y ensayo”.
Y así hasta el final. Ahora el apellido no nos lleva a pensar más que en el atormentado director. No cabe duda alguna que su aportación al cine entendido como algo más que un entretenimiento ha sido fundamental. Mientras tanto el recuerdo de la bella actriz se difumina en el recuerdo y me temo que al final quede –injustamente, en mi opinión– reducido al de protagonista de “Casablanca”, por aquello del mito que envuelve a esta película.

Se escriben multitud de artículos en estas fechas al socaire de la muerte del sueco. Se recuerdan sus grandes éxitos, sus “Fresas salvajes”, sus “Gritos y susurros”, aquel “Manantial de la doncella” donde salía una violación –¡en aquellos años, qué atrevimiento!–, su esplendorosa “Fanny y Alexander”, sus “Secretos de matrimonio” que tendrían feliz colofón con esa suerte de continuación llamada “Saraband”. Y tantas, y tantas otras, empezando, claro está, por ese “Séptimo sello” del que hablaba al principio, con su partida de ajedrez con el diablo, que se acabó colando en nuestras pantallas porque alguien supo –más bien, quiso– ver como un filme religioso.
Ahora a ambos Bergman les une algo más. Ya están en el lugar de nunca regresar. Ambos se han podido ir tranquilos. Ella nos dejó una sonrisa y un puñado de buenas películas. Él un buen número de obras para hacernos meditar, aunque a veces debamos confesar que no las comprendemos en su totalidad.

Podéis ver a la maravillosa Ingrid en este video con la voz del maestro Sinatra.


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